Nuestros ángeles


Guillermo Guallar Pellicena

Por Guillermo Guallar Aranda (Barcelona). El 11 de marzo de 2009, nos dejó mi padre Guillermo Guallar Pellicena. Una persona buena con mayúsculas; generosa en todos los aspectos; con un corazón y un espíritu que no le cabían en el pequeño cuerpecillo que Dios le había dado. Tenía una capacidad de sacrificio inhuman. Yo lo recuerdo siempre trabajando a pesar de los males de espalda, de cabeza, estómago, manos…. Todos estos aspectos bondadosos no le quitaban ser un socarrón de cuidado, con esos ojillos brillantes, despiertos. Una infancia y juventud difíciles no lo hicieron ni malo, ni mezquino; una madurez (el nunca fue viejo) marcada por la muerte de su mujer y su hija, y por la insuficiencia respiratoria; en mala hora se pondría el primer cigarrillo en la boca; asunto que atajó conmigo diciéndome “quieres quedarte chiquitillo como yo, pues fuma”, no le hizo falta más. El enfisema se lo llevó, pero también le trajo cosas buenas. El Hospital de la Vall d’Hebron era su segunda casa, donde iba tres veces por semana. No sólo la parte médica le hacía bien, con los sustos que le daba a Virginia poniéndose violeta en la bicicleta como si subiera el Angliru, sino también por los amigos que encontró, Amadeu Monteiro, Agustí, Gabino. En el último año y pico de su vida aparecieron dos personas, Conchita y Concepción, las cuales le dieron hasta el final atención y cariño, le dieron vida.